Columnista

Lluvia de odios

Por: Enrique del Río González

Abogado, magíster en derecho, profesor universitario, columnista.

Fue una mañana triste, inmensamente triste, como diría el poeta. Los sentimientos de impotencia y dolor punzante que causa la sensación de injusticia hacían juego con la necesaria frialdad que requieren los momentos de crisispero en definitiva el corazón permanecía acongojado y el espíritu, aunque combativo, sensible.

Todo aquello confluyó con la reafirmación de dos escenarios cotidianos; las bonitas demostraciones de cariño y solidaridad y el ya común derroche de odio social, en el que se goza desenfrenadamente con el mal ajeno sin importar que sea o no merecido.

Si la aurora fue gris, el mediodía me reencontraría con la decepción. Estando en una oficina pública dónde era imperativa mi presencia, requerí salir por breves minutos, lo hice sin alejarme de la vista del guardia de seguridad privada. Cuando quise reingresar aquel, ostentando el indudable poder que dan las circunstancias de la vida, me negó con contundencia el objetivo. Muy a pesar de las ingentes explicaciones ofrecidas, exigió nueva autorización de los encargados, lo que era razonable e incluso su deber, lo extraño era que no llamaba para lograr tal venia. Yo esperaba con zozobra a la intemperie, ante las amenazantes nubes que pronosticaban la primera lluvia del año y le pedí que me permitiera entrar al techo, mientras se comunicaba; la respuesta fue un no gestual inmediato y, como era previsible, se vino un aguacero a ntaros que me cayó encima frente a la inmutable mirada del empoderado de la portería.  

Cuanta perversidad vi en esos instantes, era la sociedad de odios a flor de piel, el estado de cosas humanas en que poco importa el otro y se actualiza la frase atribuida a Hobbes: «el hombre es lobo para el hombre». Ese episodio desafortunado me invitó a reflexionar sobre todos los seres humanos que son maltratados diariamente por la falta de empatía y, de hecho, son muchos los casos en los que vigilantes de la urgencia son quienes hacen el triage, sin tener idea de medicina, provocando complicaciones e incluso la muerte de pacientes en las puertas hospitalarias, lo cual es un tema delicado, que demanda la atención de las autoridades locales y directivas de los centros sanitarios, ya que la responsabilidad por daños se irradia a personas naturales y jurídicas así se trate de un actuar atrevido.

Sin embargo, es reconfortante saber que hay muchos guardias que, sin incumplir sus deberes, son caritativosamables y empáticos, despliegan la verdadera solidaridad compartiendo hasta lo que no tienen con los usuarios necesitados. Conozco quienes han dado de sus pocos recursos para refrigerios, medicinas, paños desechables y transportes. Aquellos son más, eso quiero creer, que la maldad y el rencor cederán ante el poder al que me aferro ¡La invencible fuerza del amor!

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