Columnista

Odio y populismo

Por: Claudia Tinoco Padauí

Politóloga, Magister en Gobierno y Políticas Públicas

En Cartagena hay crisis. Sí, hablo de crisis porque a esa instancia es a la que hemos llegado y se corrobora con la exposición presentada en audiencia pública por varios grupos de ciudadanos inconformes que quieren revocar al alcalde de turno.

¿Era necesario este caos? ¿que un ciudadano haya recibido amenazas de muerte y se haya visto obligado a abandonar el país por la intención de ejercer un derecho constitucional al no estar de acuerdo con la administración de turno?

Cartagena, una de las más castigadas por la pandemia en Colombia, hoy atraviesa quizás una de las peores crisis institucionales que haya podido vivir, que, aunque viene de años atrás ya hoy llegó al extremo de las amenazas de muerte que como bien lo dijo mi compañero de comité Rodolfo Díaz, “en Colombia debemos prestarles atención a las amenazas de muerte de los líderes sociales”.

El caos era inevitable, como el famoso libro de Gabo “Crónica de una muerte anunciada” y que todo haya ocurrido de esta manera es una lección del fracaso de una ciudad con un alcalde que no está preparado, no tiene la capacidad para construir una institución democrática estable, poniendo en juego todas las esperanzas de quienes lo eligieron e incluso quienes no. Ser aparentemente transparente, no debe ser la única señal para una ciudad que no solo necesita que manejen el erario con eficacia y eficiencia, factores que no se ven en las ejecuciones presupuestales, se necesita un ejercicio planeado consciente de buen gobierno, las prácticas populistas y la caza de incautos no pueden ser pan nuestro de cada día de una ciudad que necesita mucho más que eso.

Una de las principales consecuencias de la estrategia comunicacional del burgomaestre, ha sido la persecución sistemática por parte de ‘anónimos’ hacia quien opine lo contrario al gobernante. 

Los ‘malandrines’, es el concepto que estratégicamente ha usado para crear un ‘enemigo público’ al cual combatir, tal cual como hizo Hitler de la mano de Joseph Goebbels en la Alemania Nazi, al institucionalizar un odio ficticio hacia los judíos, por medio de la constante retórica de odio hacia ellos. 

¿Las consecuencias? El éxodo masivo de judíos, la persecución hacia ellos, el destrozo de todo comercio asociado a ellos y uno de los mayores genocidios del mundo. Todo hecho por manos de alemanes creyentes que estaban haciendo un favor a la nación. 

En Colombia, era normal escuchar amenazas por parte de guerrilleros, paramilitares, narcos y bandas delincuenciales, me resulta preocupante que en las alocuciones la primera autoridad del distrito frente a las amenazas, no aparezca con contundencia y determinación su empeño por poner a las autoridades locales, civiles y de policía, a esclarecer lo sucedido con los líderes sociales de cualquier sector, incluidos los de los comités que procuran revocarlo. Es una asignatura pendiente determinar los responsables, estaré a la expectativa a dichos resultados investigativos.


Con esto no sintetizo que el final de Cartagena sea un magno genocidio, pero si puedo intentar predecir que el odio que se está creando en gran parte de la población, va terminar siendo una bola de nieve que con el pasar del tiempo traerá consigo un caos ciudadano.  

De igual forma, sabemos que, aunque no existen ese tipo de magnicidios o muertes, si estamos padeciendo de un asesinato hacia la democracia y todas esas mentes brillantes que de una u otra forma pueden aportar mucho a la ciudad. Así mismo, la emigración masiva de ideas que no se quedarán en Cartagena, sino que se verán obligadas a irse a otros lugares para brindar una mejor posibilidad de gobernanza en sus destinos.

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