Administrador de empresas, especialista en finanzas y gestión gerencial
La ciudadanía está indignada. Frustrada. Es cierto, las reformas tributarias siempre serán impopulares cuando el gobierno de turno intenta tapar el hueco fiscal metiéndole la mano al bolsillo a la clase trabajadora emergente que finalmente es quien dinamiza la economía de este país.
No es menos cierto que Colombia necesita aumentar su recaudo tributario en el mediano plazo para financiar el gasto social que aumentó en el último año por efectos de esta pandemia que por lo visto, no ve final. Y es que la crisis generada por el covid-19, sin duda, reveló las graves falencias de nuestra estructura social y ha replanteado el concepto ficticio de ‘la gran clase media’, tan cacareada por reputados economistas y gobiernos anteriores. Y no hay tal, pues el 2020 puso en evidencia que detrás del velo traslúcido de la dichosa ‘clase media’, hay más bien el trapo rojo de la pobreza oculta.
El que se está dando en el país no es un debate caprichoso e ideologizado contra el gobierno, es un tema trascendental que nos atañe a todos y donde todos debemos incidir, aportar. El problema no es en sí la Tributaria, sino de dónde saldrá la plata para financiarla. Ahí está el dilema y el diablo está en los detalles. Veamos un ejemplo a la mano que extraigo del proyecto de reforma: Esta Tributaria -que de solidaria y sostenible no tiene nada- amplía la base de contribuyentes, es decir, pagarán renta quienes tengan ingresos superiores a $ 2,5 millones mensuales, esto implica que familias que no son pobres, pero que tampoco tienen para aguantar dos meses de confinamiento estricto, tendrán que asumir nuevos gastos en medio de una crisis económica que no veíamos desde finales de los 90. No hay que ser un experto en finanzas públicas para concluir que esta reforma va en contravía de las estrategias de reactivación económica que plantea el mismo Gobierno, pues la eliminación de bienes exentos, el IVA a la gasolina y servicios públicos, derivarán indefectiblemente en incrementos en los productos finales que termina pagando el consumidor, el colombiano de a pie, generando así más restricciones en la demanda y relentizando la reactivación del sector productivo.
Por otra parte, expertos en política menuda hablan de que la «maquinaría ya está aceitada» y que los votos están contados. A la fecha, no obstante, la cosa parece no estar tan clara para el Gobierno. Reconocidas figuras políticas de los partidos de coalición han hecho efusivos reparos a este proyecto se reforma para quedar bien con la opinión pública. Los partidos Liberal, Cambio Radical, los Verdes y Colombia Justa Libres, anunciaron recientemente que no apoyarían el proyecto, ¿Habrá disciplina de partido? El partido de gobierno por su lado anda jugando al policía bueno y policía malo, claro ¡Se vienen las legislativas! Y nuestra bancada bolivarense, siempre tan dispersa, anda en un mutismo -de por sí usual- sospechoso: ¿Qué piensan sobre el particular y cómo votarán? Sería sano escucharlos.
El presidente Iván Duque dice que quiere dejarle a su sucesor o sucesora un país con finanzas estables pero ¿Por qué cargándolse ese costo a la clase trabajadora tan golpeada por esta recesión? La que quiere aprobar el Gobierno, evidentemente, es una reforma confiscatoria, regresiva e inoportuna.
Estamos de acuerdo en que se debe aumentar el recaudo pero sin afectar a quienes menos tienen o a quienes se encuentran en riesgo de caer de nuevo en la pobreza. Urge hacerlo a través de impuestos fuertemente progresivos. Controlando el gasto del Estado. Atacando la evasión, ¡La corrupción! Mejorando la calidad del gasto público. Este no es un tema de izquierdas o derechas, sino de realidades en contexto. Pero sobre todo, de humanidad, de sentido social.
Coletilla: El paro nacional contra la reforma tributaria que impulsa el Gobierno, fijado para el próximo 28 de abril, tendrá que vérselas con las medidas cada vez más restrictivas decretadas para mitigar el tercer pico de la pandemia del coronavirus. Apoyarlo es imperativo, claro; pero por la salud de la gente, ojalá no lleguemos hasta allá. Prima la vida.